sábado, 9 de octubre de 2010

Pequeña cotidianidad

Cerró la estufa, prendió la persiana, regó la espumadera. Así comenzó su día. Buscó el teléfono que sonaba incesantemente, lo encontró en la heladera.
A veces el compás del mundo marca otro ritmo y los sinsentidos comienzan a aflorar. Quizás cuando crecemos ya no nos importa tanto disimular la locura. Quizás cuando llegue el final descubriremos que no valía la pena tanto control y orden. Por entonces, los teléfonos ya ni sonaran.
Yanina Marquevich

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