Marumba vive en el Polo Norte. Todos los días tiene una ardua misión: despejar la puerta de entrada de su casa esquimal. Dos horas continuas de pala para lograr salir. Es como el equivalente del señor que durante los domingos corta el pasto o lava el auto. En su caso, debe palear para ver la luz del día. Uno podria pensar que dicha rutina se torna insoportable; Marumba lo garantiza, realmente lo es.
Marumba desea con todo su ser que se derrita la extensión en la que habita. Kilos de nieve se multiplican día a día, no entiende entonces lo de las campañas ecologistas por calentamiento global.
Luego de tomar un submarino calentito, busca su herramienta y comienza el meticuloso proceso de apaleamiento. Previamente, se calza unos guantes de lana y un sweater verde que tiene bordado un reno de colores, se lo tejió su madre. Ese ritual está como incorporado cuasi programado.
Cuando termina de despejar la entrada, sale y respira hondo, retiene el aire. Sus pulmones se hinchan de felicidad y alivio por la tarea finalizada. Su sensación claustrofóbica a veces no lo deja dormir por la preocupación de la mañana siguiente y todo este trajín agobiante. Pero su principal preocupación es no poder completar dicho trabajo a la hora indicada...
Picacha vive en el iglu-loft de hielo azul que construyeron en el último emprendimiento de la zona situado justo frente al humilde iglu de Marumba. Dicho loft fue construido con la última tecnología y con solo apretar un botón, una losa radiante derrite en minutos toneladas de hielo. Marumba observa anonadado el proceso de descongelamiento, como un niño que apoya la cara en la vidriera de una juguetería. Ese instante diario le produce felicidad. Allí la ve, parada en la puerta a punto de salir.
Ella lo observa despectiva y esquiva. No sospecha cuanta emoción le transmite a ese ser anónimo que la ha colocado en un altar de hielo azul. Él está fascinado desde el primer día que la vió. Ella es tan moderna, tal altiva, tan liviana. Él es simple, humilde y sacrificado. Toda su vida es un esfuerzo como quien corre tras la rueda para seguir avanzando. No puede instalar ese sistema que le ayudaría a recuperar eso tan precioso que tanto desea; tiempo. Sueña con el día que tomará coraje y se animará a saludarla. Teme ser rechazado y teje en su mente miles de ideas. Ese tejido se convierte en telaraña y termina atrapado como el reno que lleva en su pecho. Habla consigo mismo para encontrar las palabras perfectas que capten su atención. Sueña con tener un jardin florido y ofrecerle una flor, su mejor flor.
Otra vez la nieve se interpone en esa alternativa ya que solo puede sembrar plantas sin flores porque todas se secan. Si tuviese el sistema de descongelamiento podría crear un herbario artificial en algún sector. Cultivaría rosas, astromelias, jazmines y alegrías del hogar. La invitaría a su pequeño submundo para que elija la que más le gusta y entre flores y submarinos, le diría su gran secreto. Pero también imagina la reacción de ella ante tanta simpleza. Ahí sus sueños se deshilachan nuevamente y debe cambiar los puntos del tejido para armar otra posibilidad. Así pasan las horas y los días pensando en lo que no sabe si algún día será.
Llega la noche ya que los días son cortos y los fantasmas de la mañana siguiente, la hora que tiene que volver a palear, aparecen.
Pero antes de que su entrada comience a colmarse de nieve, la observa cuando regresa de trabajar. Cierra los ojos, retiene esa imagen y sueña...
Yanina Marquevich
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