sábado, 23 de octubre de 2010

Indicadores

La pobreza no entiende de indicadores. Los niños hambrientos solo oyen el crujir por las noches de sus estómagos vacíos. El mundo indiferente discute banalmente si con 1 dólar diario podemos alimentarnos. Disfraces y caretas , pan y circo. Miramos como espectadores la desigualdad que día a día aumenta tanto o más que el supuesto crecimiento económico. De costado.
Mientras tanto no solo se inflan los precios, sino la impotencia. Crece la bronca por ver una sociedad cada vez más pobre, ignorante y manipulada que es utilizada como moneda de cambio. La vida cada día vale menos, ya todos desconfiamos de todos y se pierden los códigos básicos. Hoy nuestra vida vale una billetera.
Crece la indignación de ver tanto despilfarro clientelista, y vetan leyes que servían para alimentar a nuestros abuelos, esos que nos alimentaron con sueños y cuentos cuando eramos niños.
Son esos abuelos que muchas veces se van a dormir con un plato de sopa y escuchan esos tristes cuentos de sus gobernantes por televisión mientras miran como bailar por un sueño puede idiotizar a las masas que siguen su dia como zombies sin saber que el cementerio se llena de gente valiosa.
Somos una sociedad de fantasmas ciegos, que ignora el dolor a cambio de lipoaspiración de ideas. Consumo barato de artefactos descartables, todo ya, deme dos y le regalo mi esclavitud en cuotas fijas. A cambio le doy mi voto para poder cambiar el celular con el chip que conecta con los marcianos y barre-alfombras digital.
Algunos permanecemos despiertos y observamos con temor, sin demasiada acción. El temor es que se den cuenta que estamos atentos, el temor es que algún día alguien calle nuestra voz.
Nos convertiremos en fantasmas mimetizados pero algún día esas minorías hablaran, porque como dijo Lorca, hay cosas encerradas detrás de los muros que no pueden cambiar porque nadie las oye. Pero que si salieran de pronto y gritaran, llenarían el mundo.

Yanina Marquevich

sábado, 9 de octubre de 2010

Marumba - El esquimal

Marumba vive en el Polo Norte. Todos los días tiene una ardua misión: despejar la puerta de entrada de su casa esquimal. Dos horas continuas de pala para lograr salir. Es como el equivalente del señor que durante los domingos corta el pasto o lava el auto. En su caso, debe palear para ver la luz del día. Uno podria pensar que dicha rutina se torna insoportable; Marumba lo garantiza, realmente lo es.

Marumba desea con todo su ser que se derrita la extensión en la que habita. Kilos de nieve se multiplican día a día, no entiende entonces lo de las campañas ecologistas por calentamiento global.

Luego de tomar un submarino calentito, busca su herramienta y comienza el meticuloso proceso de apaleamiento. Previamente, se calza unos guantes de lana y un sweater verde que tiene bordado un reno de colores, se lo tejió su madre. Ese ritual está como incorporado cuasi programado.

Cuando termina de despejar la entrada, sale y respira hondo, retiene el aire. Sus pulmones se hinchan de felicidad y alivio por la tarea finalizada. Su sensación claustrofóbica a veces no lo deja dormir por la preocupación de la mañana siguiente y todo este trajín agobiante. Pero su principal preocupación es no poder completar dicho trabajo a la hora indicada...

Picacha vive en el iglu-loft de hielo azul que construyeron en el último emprendimiento de la zona situado justo frente al humilde iglu de Marumba. Dicho loft fue construido con la última tecnología y con solo apretar un botón, una losa radiante derrite en minutos toneladas de hielo. Marumba observa anonadado el proceso de descongelamiento, como un niño que apoya la cara en la vidriera de una juguetería. Ese instante diario le produce felicidad. Allí la ve, parada en la puerta a punto de salir.

Ella lo observa despectiva y esquiva. No sospecha cuanta emoción le transmite a ese ser anónimo que la ha colocado en un altar de hielo azul. Él está fascinado desde el primer día que la vió. Ella es tan moderna, tal altiva, tan liviana. Él es simple, humilde y sacrificado. Toda su vida es un esfuerzo como quien corre tras la rueda para seguir avanzando. No puede instalar ese sistema que le ayudaría a recuperar eso tan precioso que tanto desea; tiempo. Sueña con el día que tomará coraje y se animará a saludarla. Teme ser rechazado y teje en su mente miles de ideas. Ese tejido se convierte en telaraña y termina atrapado como el reno que lleva en su pecho. Habla consigo mismo para encontrar las palabras perfectas que capten su atención. Sueña con tener un jardin florido y ofrecerle una flor, su mejor flor.

Otra vez la nieve se interpone en esa alternativa ya que solo puede sembrar plantas sin flores porque todas se secan. Si tuviese el sistema de descongelamiento podría crear un herbario artificial en algún sector. Cultivaría rosas, astromelias, jazmines y alegrías del hogar. La invitaría a su pequeño submundo para que elija la que más le gusta y entre flores y submarinos, le diría su gran secreto. Pero también imagina la reacción de ella ante tanta simpleza. Ahí sus sueños se deshilachan nuevamente y debe cambiar los puntos del tejido para armar otra posibilidad. Así pasan las horas y los días pensando en lo que no sabe si algún día será.

Llega la noche ya que los días son cortos y los fantasmas de la mañana siguiente, la hora que tiene que volver a palear, aparecen.

Pero antes de que su entrada comience a colmarse de nieve, la observa cuando regresa de trabajar. Cierra los ojos, retiene esa imagen y sueña...

Yanina Marquevich

Pequeña cotidianidad

Cerró la estufa, prendió la persiana, regó la espumadera. Así comenzó su día. Buscó el teléfono que sonaba incesantemente, lo encontró en la heladera.
A veces el compás del mundo marca otro ritmo y los sinsentidos comienzan a aflorar. Quizás cuando crecemos ya no nos importa tanto disimular la locura. Quizás cuando llegue el final descubriremos que no valía la pena tanto control y orden. Por entonces, los teléfonos ya ni sonaran.
Yanina Marquevich

Rejas

La pequeña jaula que la contiene no le da seguridad. El árbol que la custodia por momentos parece abrazarla. Ella observa una una rama que se desprendió, está suspendida aferrada a otras , que no quiere caer. La rama está ahí, pidiendo a gritos ser salvada. Las otras indiferentes, no hacen nada, solo observan como ésta intenta sobrevivir.
Ella desde su balcón es poco lo que puede hacer para ayudarla. Quisiera gritarle que salte, que vuele y sea libre. No necesita de esas ramas estáticas, ella puede convertirse en mariposa y flotar.
La caída no será dolorosa. Lo doloroso sería permanecer aferrada sin volar. A veces las cosas suspendidas en el aire se detienen, se posan a descansar y a reflexionar antes de seguir su rumbo. Son esos instantes donde el tiempo se congela por microsegundos y son esos momentos donde uno comprende la importancia de avanzar sin mirar atrás.
Yanina Marquevich

Despertar

Abrir los ojos parece sencillo. La primera bocanada de aire conecta nuestros sentidos. Pero hay otras realidades detrás de algunos muros donde la vida cambia de color. Allí la danza de los fantasmas con urgencias y rutinas diarias marca el pulso a la espera de ese despertar. Los ojos de muchos siguen cerrados, solo los del otro lado esperan un milagro. Algunos, jamás volverán a hacerlo. Otros vivirán un sueño donde el espacio y el tiempo simplemente desaparecerán.

Los que despertamos veremos a esos seres como si estuviesen durmiendo. Observaremos cada pequeño pestañeo a la espera de una señal. Atravesaremos un mar de seres algunos sentados, otros acostados, solo para llegar al encuentro y observar, simplemente observar y acompañar a ese ser sumergido en las profundidades del alma. Nos desvelará imaginar que está sucediendo en esa mente que solo envía pequeñas señales atraves de ese faro titilante, que no se abre.

Un día llegaremos y con un guiño se despedirá en paz . Su sonrisa nos dirá, ya está, ya pueden dejar de soñar.

Yanina Marquevich