Dícese de ella que camina por las calles en las noches en busca de sus presas.
Su estrategia parece simple, se viste de rojo de pies a cabeza y simplemente circula.
Es dueña de miradas fascinadas. Su sex-appeal atrae como un imán y ellos, los hombres y no tanto, se pegan como clips.
Ella se regodea con esta actuación, es conocedora de cada movimiento y gesto que cautivará la atención de su víctima. La predictibilidad la aburre, pero ella debe satisfacer su deseo.
Camina y camina con un único objetivo: encontrar alguien fuera de lo común, distinto.
Espera el día que alguien actúe diferente y desafíe su mandato, que genere un cambio de paradigma y la obligue a pensar en otro método.
Por el momento, todo es habitual y reiterativo. Ellos, se muestran apasionados, enamorados, deslumbrados. Se acuestan con un sueño, se despiertan con la realidad.
Ella simplemente, observa y espera cauta. Juega el juego y se divierte. A veces más, a veces menos.
Sabe que es dueña de sus destinos y le divierte pensar alternativas que la convertirán en un ser supremo, casi sagrado. Se colocará en un altar para ser venerada, con los años la idolatrarán.
Hay algo que la hace especial que la convierte en un ser con poderes únicos.
En el medio de la noche, espera. Abre los ojos y observa a su compañero casual que yace a su lado. Le atrae ver como el párpado tintinea e imaginar que está pasando en ese instante por la mente de ese sujeto.
Se queda horas mirando y esperando el momento justo antes de que logre despertar. En ese microsegundo inmediato anterior, un haz de luz es lanzado desde el centro de su pecho, allí donde late su corazón. Esa luz, lo convierte en polvo y logra desintegrarlo totalmente para pasar a otra dimensión.
Los convierte en objetos de colección que coloca sutilmente dentro de frascos de mermelada hasta su total cristalización.
Luego, los lleva al freezer previamente, coloca colorantes que le dan un toque más creativo a su elaboración.
Finalmente, son distribuidos en hileras uno arriba del otro, pilas y pilas de frasquitos coloridos conteniendo lo que fue un posible sueño que jamás despertó pero que conservan total conciencia aunque estén desintegrados. Ellos están ahí, pero no pueden manifestarse. Han quedado fragmentados pero son testigos de la situación.
Al dia siguiente, ella abre las puertas de su negocio en plena avenida Corrientes, coloca una pizarra abierta en la entrada con el menú del día y ofrece a sus comensales platos deliciosos, que devoran con pasión.
La entrada es acompañada por pan con manteca y una salsita casera de colores radiantes que todos mueren por probar. Especialidad de la casa, anuncia la carta.
Así, día tras día, detrás del mostrador, ella observa como sus víctimas son deglutidas y desaparecen.
Así se ejecuta su ritual, en memoria de quienes han desintegrado sus sueños, allí cuando despertaban con la realidad.
Yanina Marquevich
martes, 23 de noviembre de 2010
miércoles, 17 de noviembre de 2010
La conciencia de lo invisible
Mañana de sol. Viernes. Un día como todos pero algo lo diferenciará. Viajar en el colectivo rumbo al sur de la Capital Federal. El rojo semáforo ilumina ese instante, minutos quizás que me hacen despertar.
Sobre la vereda observo lo invisible para muchos. La realidad acecha implacablemente.
Acostados en hilera uno al lado del otro se ve lo incomprensible.
Siete cabezas asoman entre mantas viejas y cajas de cartón utilizadas para protegerse del frío, pero no solo climatico sino de la indiferencia del mundo que los rodea. Gente que pasa y desvía la mirada como si eso que está ahí desapareciera simplemente por no mirar. Siete niños durmiendo en la vereda como una vidriera atroz mostrando lo peor de esta humanidad que es el hambre y el desamparo. Ahi, a plena luz del día que se torna sombría. Hoy sin duda el dia no es como todos. Hoy lo invisible se hizo presente. Siete cabezas asomando. Siete destinos inciertos de vidas que quizas no serán, o si, pero dependeran de otros, de voluntades ajenas o compasión para acceder quizas a lo mínimo. No tienen techo, sus guaridas son cajas de carton en plena ciudad.
El pecho se anuda , se llena de impotencia e interrogantes. Giro la cabeza y observo desde la ventanilla a mi izquierda , el imponente edificio que los cobija del sol y los deja desnudos. Alli impavido, sin escrupulos, está el Congreso de la Nación.
Alli se albergan los representantes del pueblo. Alli a pasos nomas, nadie asoma su cabeza por la ventana para ver esa vereda y esas siete cabezas que asoman o que se esconden o que se acurrucan soñando en volver a la panza de mamá. Alli donde todo era sueños de lo que nunca será.
La sensación de asco es aberrante . Al llegar al trabajo tuve ganas de vomitar. Ese vómito es un grito silencioso desesperado lleno de preguntas sin respuestas. Mientras tanto, a lo lejos se escucha un tema de Queen, Show must go on, yo me pregunto: - ¿Debe continuar?...
Yanina Marquevich
Sobre la vereda observo lo invisible para muchos. La realidad acecha implacablemente.
Acostados en hilera uno al lado del otro se ve lo incomprensible.
Siete cabezas asoman entre mantas viejas y cajas de cartón utilizadas para protegerse del frío, pero no solo climatico sino de la indiferencia del mundo que los rodea. Gente que pasa y desvía la mirada como si eso que está ahí desapareciera simplemente por no mirar. Siete niños durmiendo en la vereda como una vidriera atroz mostrando lo peor de esta humanidad que es el hambre y el desamparo. Ahi, a plena luz del día que se torna sombría. Hoy sin duda el dia no es como todos. Hoy lo invisible se hizo presente. Siete cabezas asomando. Siete destinos inciertos de vidas que quizas no serán, o si, pero dependeran de otros, de voluntades ajenas o compasión para acceder quizas a lo mínimo. No tienen techo, sus guaridas son cajas de carton en plena ciudad.
El pecho se anuda , se llena de impotencia e interrogantes. Giro la cabeza y observo desde la ventanilla a mi izquierda , el imponente edificio que los cobija del sol y los deja desnudos. Alli impavido, sin escrupulos, está el Congreso de la Nación.
Alli se albergan los representantes del pueblo. Alli a pasos nomas, nadie asoma su cabeza por la ventana para ver esa vereda y esas siete cabezas que asoman o que se esconden o que se acurrucan soñando en volver a la panza de mamá. Alli donde todo era sueños de lo que nunca será.
La sensación de asco es aberrante . Al llegar al trabajo tuve ganas de vomitar. Ese vómito es un grito silencioso desesperado lleno de preguntas sin respuestas. Mientras tanto, a lo lejos se escucha un tema de Queen, Show must go on, yo me pregunto: - ¿Debe continuar?...
Yanina Marquevich
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